viernes, 18 de octubre de 2019

HUMANIDADES 111- PRIMEROS HISTORIADORES: HERODOTO Y TUCIDIDES



     La narración histórica también se inició en Grecia.
Herodóto  fue el primer historiador, quien narró en los Nueve Libros de la Historia,  todo los detalles, preparación y los combates de la Guerras Médicas(o Greco Persas, 499-449ac) motivadas por el afán expansionista del imperio persa(en Asia Menor). Te incluyo un pasaje del libro 7, donde narra la batalla de los 300 soldados espartanos(griegos) contra los persas.

   Tucídides, fue el continuador de la historia en Grecia. Su libro, Historia de la Guerra del Peloponeso narra la lucha entre los mismos griegos(atenienses vs. espartanos, en la 2a.mitad del siglo 5ac).   Al final de esta entrada aparece un extracto del Oración Fúnebre de Pericles(general griego) quien comandó a los atenienses contra los espartanos en la próxima guerra, La Guerra del Peloponeso(una guerra civil entre griegos) donde los atenienses perderían. Fue narrada por el historiador Tucídides.. IMP:  La lectura de ese fragmento es requisito:accede a este enlace para leer:

http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/32513


  (Comentario interesante: Esa narración histórica ha servido de inspiración a periodistas de hoy día, pues aquellas historias son como noticias de guerra. Así lo asegura el gran periodista Richard Kapusinsky, en su último libro, Viajes con Herodóto)VIAJES CON HERÓDOTO. Ryszard Kapuscinski
Si te interesa puedes leer opcionalmente  un fragmento en el siguiente enlace:

http://www.hislibris.com/viajes-con-herodoto-ryszard-kapuscinski/

El escritor Sergio Ramírez, publicó hace varios años una columna donde nos habla del legado hoy día de lo que escribió Heródoto. Puedes leer aquí:
https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/viajedesdeunasilla-columna-2371456/

(Lectura de este  siguiente pasaje de Herodoto es opcional)

Herodoto, Nueve libros de la Historia, (libro 7, Polimnia...extracto)


CCXXVIII. En honor de estos héroes enterrados allí mismo donde cayeron, no menos que de los otros que murieran antes que partiesen de allí los despachados por Leonidas, pusiéronse estas inscripciones: «Contra tres millones pelearon solos aquí, en este sitio, cuatro mil peloponesios.» Cuyo epígrama se puso a todos los combatientes en común, pero a los espartanos se dedicó éste en particular: «Habla a los lacedemonios, amigo, y diles que yacemos aquí obedientes a sus mandatos.»...
CCXXIX. Entre los 300 espartanos de que hablo, dícese que hubo dos, Eurito y Aristodemo, quienes pudiendo entrambos de común acuerdo o volverse salvos a Esparta, puesto que con licencia de Leonidas se hallaban ausentes del campo, y por enfermos gravemente de los ojos estaban en cama en Alpenos, o si no querían volverse a ella, ir juntos a morir con sus compañeros, teniendo con todo en su mano elegir uno u otro partido de estos, dícese que no pudieron convenir en una misma resolución. Corre la fama de que, encontrados en su modo de pensar, llegando a noticia de Eurito la sorpresa de los persas por aquel rodeo, mandó que le trajesen sus armas, y vestido, ordenó al ilota su criado que le condujese al campo de los que peleaban, y que el hilota después de conducirle allí se escapó huyendo; pero que Eurito, metido en lo recio del combate, murió peleando: el otro, empero, Aristodemo, se quedó de puro cobarde. Opino acerca de esto, a decir lo que me parece, que si sólo Aristodemo hubiera podido por enfermo restituirse salvo a Esparta, o que si enfermos entrambos hubieran dado la vuelta, no habrían mostrado los espartanos contra ellos el menor disgusto. Pero entonces, pereciendo el uno y no queriendo el otro morir con él en un lance igual, no pudieron menos los espartanos de irritarse contra dicho Aristodemo.
CCXXX. Algunos hay que así lo cuentan, y que por este medio Aristodemo se restituyó salvo a Esparta; pero otros dicen que, destinado desde el campo a Esparta por mensajero, estando aun a tiempo de intervenir en el combate que se dio, no quiso concurrir a él, sino que esperando en el camino la resulta de la acción, logró salvarse; pero que su compañero de viaje, retrocediendo para hallarse en la batalla, quedó allí muerto.
CCXXXI. Vuelto Aristodemo a Lacedemonia, incurrió para con todos en una común nota de infamia, siendo tratado como maldito, de modo que ninguno de los espartanos le daba luz ni fuego, ni le hablaba palabra, y era generalmente apodado llamándole Aristodemo el desertor. Pero él supo pelear de modo en la batalla de Platea, que borrase del todo la pasada ignominia.
CCXXXII. Cuéntase asimismo que otro de los 300, cuyo nombre era Pantites, que había sido enviado por nuncio a la Tesalia, quedó vivo; pero como de vuelta a Esparta se viese públicamente notar por infame, él mismo de pena se ahorcó.







CCXXXIII. Los tebanos a quienes mandaba Leontiades, todo el tiempo que estuvieron en el cuerpo de los griegos peleaban contra las tropas del rey obligados de la necesidad; pero cuando vieron que se declaraba la victoria por los persas, separándose de los griegos que con Leonidas se retiraban aprisa hacia el collado, empezaron a tender las manos y acercarse más a los bárbaros, diciendo que ellos seguían el partido de los medos (y nunca más que entonces dijeron la pura verdad), que habían sido los primeros en entregar todas sus vidas y haciendas, la tierra y el agua al arbitrio del rey, que precisados de la violencia habían venido a Termópilas, ni tenían culpa en el daño y destrozo que había sufrido el soberano. Por estas razones que en su favor alegaban y de que tenían allí por testigos a los tesalos, dióseles cuartel, aunque no por eso lograron muy buen éxito, porque los bárbaros mataron a algunos al tiempo que los prendían conforme llegaban, y a los más, empezando por su general Leontiades, se les marcó por orden de Jerjes con las armas o sello real como viles esclavos. Hijo fue del dicho Leontiades aquel Eurimaco a quien algún tiempo después, siendo caudillo de 400 soldados tebanos, mataron los platenses, de cuya plaza se habían apoderado.
CCXXXIV. Así se portaron los griegos en aquel hecho de armas de Termópilas. Jerjes, haciendo llamar a Demarato, empezó a informarse de él en esta forma: —«Dígote, Demarato, que eres muy hombre de bien, verdad que deduzco de la experiencia misma, viendo que cuanto me has dicho se ha cumplido todo puntualmente. Dime, pues, ahora: ¿cuántos serán los lacedemonios restantes y cuántos de los restantes serán tan bravos soldados como éstos? ¿o todos serán lo mismo?» Respondió a esto Dermarato: —«Grande es, señor, el número de los lacedemonios, y muchas son sus ciudades. Voy a deciros puntualmente lo que de mí queréis saber. Hay en Lacedemonia la ciudad de Esparta, que vendrá a tener cosa de 8.000 hombres, y todos ellos guerreros tan valientes, como los que acaban de pelear aquí. Los demás lacedemonios, si bien son todos gente de valor, no tienen empero que ver con ellos.» A esto replicó Jerjes: —«Ahora, pues, Demarato, quiero saber de ti por qué medio con menos fatiga lograremos sujetar a esos varones. Dímelo tú que, como rey que fuiste, debes de tener su carácter bien conocido.»
CCXXXV. «Señor, respondió Demarato: miro como un deber en todo rigor de justicia el descubriros el medio más oportuno, ya que me honráis con vuestra consulta: este medio sería el que sacaseis vos de la armada 300 naves y las enviaseis contra las costas de Lacedemonia. hay cerca de ellas una isla que se llama Citera, de la cual solía decir Quilón, el hombre más político y sabio que allí se vio jamás, que mejor sería a los espartanos que el mar se la tragase, que no el que sobresaliese del agua, receloso siempre aquel varón de que por allí había de venirnos algún caso semejante al que ahora os propongo; no porque él ya previese entonces la venida de vuestra armada, sino por el recelo que de una armada, cualquiera que fuese, recibía. Digo, en una palabra, que apoderados los vuestros de aquella isla, amaguen desde ella contra los lacedemonios y les infundan miedo. Viéndose ellos de cerca amenazados con una guerra en casa, no haya temor que intenten esfuerzo alguno para salir al socorro de lo restante de la Grecia. Domado ya con esto lo demás de la región, quedará únicamente el estado de la Laconia, flaco ya por sí solo para la resistencia. Pero si vos no lo hacéis así, ved aquí lo que sucederá: hay en el Peloponeso un istmo estrecho, en cuyo puerto, coligados y conjurados contra vos todos los peloponesios, bien podéis suponer que pelearán con más esfuerzo y valor que no hasta aquí han peleado. Al revés si seguís mi consejo; sin disparar un tiro de ballesta, el istmo y todas las plazas por sí mismas se entregarán.»
CCXXXVI. Hallábase presente a este discurso Aquemenes, hermano que era de Jerjes, y general de las tropas de mar, quien, temeroso de que se dejase llevar el rey de tal consejo, le habló en estos términos: —«Veo, señor, que dais oído, y no sé si crédito también, a las palabras y razones de ese hombre, que mira de mal ojo vuestras ventajas o que os urde aun algún tropiezo; pues tales son las artes que practican con más gusto los griegos: envidiar la dicha ajena, y aborrecer a los que pueden más. Pues si en el estado en que se halla nuestra armada con la desgracia de haber naufragado 400 naves, sacáis de ella otras 300 para que vayan a recorrer las costas del Peloponeso, sin duda los enemigos se hallarán por mar con fuerzas iguales a las nuestras. Unida, al contrario, la armada entera, a más de que no da lugar a ser fácilmente acometida, es tan superior, que la enemiga, de todo punto no es capaz de pelear con ella. A más de que junta así la armada escoltará al ejército, y el ejército a la armada, marchando al tiempo mismo; al paso que si hacéis esta separación de escuadras, ni vos podréis ayudarlas ni ellas a vos. Lo mejor es que deis buen orden en vuestras cosas, sin entrar en la mira de penetrar los intentos del enemigo, no cuidando del sitio donde os esperarán armados, de lo que harán, del número de tropas que puedan juntar. Allá se avengan ellos con sus negocios, que harto en malhora sabrán cuidarse de ellos; nosotros por nuestra parte cuidemos de los propios. Y si nos salen al encuentro los lacedemonios y cierran con el persa, mala se la pronostico; no saldrán sino con la cabeza rota.»
CCXXXVII. «Bien me parece que hablas, Aquemenes, replicó luego Jerjes, y como tú lo dices lo haré. No deja Demarato de hablar de buena fe, diciendo lo que cree que más nos conviene, sólo que no sabe pensar tan bien como tú; pues esotro de sospechar mal de su amistad y de que no favorezca mis cosas, no lo haré yo, movido así de lo que él mismo me previno, como de lo que entraña en sí el asunto. Verdades que un ciudadano envidia por lo común a otro su vecino, a quien ve ir prósperos sus negocios, y que con no decirle verdad se le muestra enemigo. Entra esta clase de gente vengo en concederte que un vecino consultado fuese un prodigio de rectitud, y esos prodigios son a fe bien raros. Pero no cabe lo mismo entre huéspedes, ni hay quien quiera más bien a otro que un extraño a su huésped, a quien ve en buen estado, del cual si consultado fuere, le responderá siempre lo que tenga por mejor. Lo que mando y ordeno, en suma, es que nadie en adelante hable mal de mi buen amigo y huésped Demarato.»
CCXXXVIII. Después de haber pasado este discurso, fuese Jerjes a pasar por el campo entre los muertos, y allí dio orden que cortada la cabeza de Leonidas, de quien sabía ser rey y general de los lacedemonios, fuera levantada sobre un palo. Y entre otras pruebas, no fue para mí la menor esta que dio el rey Jerjes de que a nadie del mundo había aborrecido tanto como a Leonidas vivo, pues de otra manera no se hubiera mostrado tan cruel e inhumano contra su cadáver, puesto que no sé que haya en todo el mundo gente ninguna que haga tanto aprecio de los soldados de mérito y valor, como los persas. En efecto, los encargados de aquella orden la ejecutaron puntualmente.
CCXXXIX. Volveré ahora a tomar el hilo de la historia que dejé algo atrás. Los lacedemonios fueron los primeros que tuvieron aviso de que el rey disponía una expedición contra la Grecia, lo que les movió a enviar su consulta al oráculo de Delfos, de donde les vino la respuesta poco antes mencionada. Bien creído tengo, y me parece que no sin mucha razón, no sería muy amigo ni apasionado de los lacedemonios Demarato, hijo de Ariston, que fugitivo de los suyos se había refugiado entre los medos, aunque de lo que él hizo, según voy a decir, podrán todos conjeturar si obraba por el bien que les quisiese o por el deseo que de insultarles tenía. Lo que en efecto hizo Demarato, presente en Susa, cuando resolvió Jerjes la jornada contra la Grecia, fue procurar que llegase la cosa a noticia de los lacedemonios; y por cuanto corría el peligro de ser interceptado el aviso, ni tenía otro medio para comunicárselo, valióse del siguiente artificio: Tomó un cuadernillo de dos hojas o tablillas; rayó bien la cera que las cubría, y en la madera misma grabó con letras la resolución del rey. Hecho esto, volvió a cubrir con cera regular las letras grabadas, para que el portador de un cuadernillo en blanco no fuera molestado de los guardas de los caminos. Llegado ya el correo a Lacedemonia, no podían dar en el misterio los mismos de la ciudad, hasta tanto que Gorgo, hija que era de Cleomenes y esposa de Leonidas, fue la que les sugirió, según oigo decir, que rayesen la cera, habiendo ella maliciado que hallarían escrita la carta en la misma madera. Creyéronla ellos, y hallada la carta y leída, enviáronla los demás griegos.
_____________________________________________________________________________________________



ORACIÓN  FÚNEBRE  DE PERICLES

( EN TÚCIDIDES, HISTORIA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO)

                      
Este fue el discurso que pronunció Pericles, general del ejército ateniense, ante el entierro de los soldados muertos durante la guerra con Esparta(Guerras del Peloponeso, 439-409). Fíjate como resalta los logros y actitudes de los atenienses para contrastarlos con  lod de sus adversarios, los espartanos.




Puedes leerlo en en el siguiente enlace:

o en este resumen más abajo.
_______________________________________________________________________



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario